En 1985, Frank Zappa testificaba ante el senado de los Estados Unidos contra la censura que el Parents Music Resource Center —PMRC— buscaba aplicar a todo producto musical y cinematográfico que considerara explícito (violento, con contenido sexual, ofensivo, etc.) a través de multas a los artistas hasta la cancelación de contratos y la sustitución de las portadas de discos. El músico estadunidense, en aquél entonces entusiasta también por la política, no pudo guardar silencio y declaró: “Una mala realidad hace malas leyes, y las personas que escriben malas leyes son, en mi opinión, más peligrosas que los compositores que celebran la sexualidad”.
35 años después, mientras yacía cómodo en mi habitación leyendo noticias y escuchaba ‘Porn Wars’ de Zappa —canción que compuso con las grabaciones de su testimonio en el senado— apareció, como una coincidencia sospechosamente mística, o quizá fortuita y oportuna, una nota cuyo titular anunciaba una historia que ya conocemos: Buscan prohibir letras de reggaeton [sic] para terminar violencia contra mujeres.
El senador Salomón Jara, de quien viene la propuesta, señaló que se trata de una medida para terminar con la violencia hacia las mujeres no sólo en el ámbito musical, sino también en el radiofónico y audiovisual: “Pese a las transformaciones de las sociedades latinoamericanas, la magnitud global de la violencia de género en el reguetón no parece ir disminuyendo… pues, aunque la violencia sexual y física disminuyen, la violencia simbólica y psicológica han ido en aumento”, dijo.
Nadie niega la existencia de la violencia hacia la mujer en los productos culturales, pues ejemplos hay de sobra, pero se trata de una historia sin fin de censura, en la que los sensores, invariablemente, tienen una perspectiva sesgada por sus privilegios que resulta siempre clasista y, por ello, destinada a la condena.
Como ejemplo, el quien fuera candidato a la presidencia del país en 2012, Gabriel Quadri, mencionó que debía prohibirse el reguetón por ser un género musical “naco, degradante, idiotizante y anti-femenino”.
Lo que sucedió en 1985 se repite, de una u otra forma, con matices pronunciados o contrastes desgastados, con todos los productos culturales: si hay algo mal en la sociedad no es culpa del arte —y me aventuro a pensar que tampoco de quien lo produce—, sino de lo que yace detrás de toda creación y de todo artista: la sociedad y la cultura, el trascenio de lo artístico, donde radican los verdaderos problemas.
En el caso de la violencia contra las mujeres ni las letras de reguetón o de cualquier otro género, ni las telenovelas, películas o series, son el detonante de un problema estructural que tiene su raíz en lo profundo de la sociedad: es el machismo, la cosificación y la hipersexualización de la mujer en la cotidianeidad lo que permea en las cosas que consumimos.
A estas alturas, lector, lectora, mi posición respecto a la censura es más que evidente, pues en ningún caso es aceptable el silencio. Prohibir las letras de reguetón, así como otros medios de expresión no es, ni lo será, la solución a las problemáticas que hoy necesitan una respuesta.
COLUMNA DE OPINIÓN
César Huerta
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